(Palabras de Francisco Rodríguez Cruz –Paquito el de Cuba- durante el Panel “Derechos sexuales e incidencia política”, organizado por el Grupo HxD y la Sección de Diversidad Sexual de la SOCUMES el 10 de diciembre de 2010, Hotel Lincoln)
Hace unos días un chofer de mi trabajo —persona seria y buen compañero, proveniente de la vida militar— vio pasar cerca del automóvil en que nos disponíamos a partir no recuerdo bien hacia dónde, a un grupo de tres o cuatro jóvenes, hembras y varones, a quienes siguió con la vista.
— ¡Qué muchachas más lindas! —me dijo zalamero.
— ¡Y qué lindos también los muchachos! —le respondí.
— ¡Coño, Paquito! —refunfuñó medio molesto.
— Si tú tienes derecho a expresar tu atracción hacia las mujeres, y me lo dices a mí; ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo con respecto a los hombres? —repliqué tajante.
Después de este lance, estoy seguro de que cuando mi compañero de labor vuelva a intentar hacer cómplice de sus piropos o admiración por las féminas a un gay, sabrá que debe estar listo para admitir en respuesta, sin molestias ni sonrojos, un comentario equivalente desde “la otra cara de la Luna”, como expresión de la libertad que tenemos todos de manifestar abiertamente nuestra orientación sexual.
Hago la anécdota para ejemplificar una de las formas más usuales en que la hegemonía heterosexual, fundamentalmente masculina, manifiesta su incomprensión hacia la diversidad. El machismo ramplón alardea constantemente de su vocación conquistadora con las mujeres y espera que —como mínimo— los homosexuales callemos nuestras preferencias. Y lo cierto es que, lamentablemente, lo hacemos con demasiada frecuencia.
Debemos comenzar a subvertir ese orden heterosexista que nos impone ciertas normas de “buen comportamiento” o de simulación, a cambio de que nos toleren. Esta falsa aceptación de la homosexualidad y de la bisexualidad sobre la base de un condicionamiento que nos obliga a reprimir lo que sentimos también resulta, en esencia, discriminatoria. Desenmascarar esta conducta hipócrita es una responsabilidad de quienes pretendemos la legitimización de esas otras formas “rebeldes” de amar.
Por supuesto, no digo que todos los homosexuales o bisexuales tengamos por qué dar a conocer o expresar constantemente en público nuestra orientación, pues en última instancia, ello implica también una elección que depende de la necesidad espiritual de cada cual, y al fin y al cabo, la sexualidad es solamente una faceta de la naturaleza humana, que no siempre queda explícita o posee relevancia en múltiples aristas de nuestra actuación cotidiana como individuos. Pero en la sociedad cubana actual haría falta ganar en mayor visibilidad de la comunidad LGTB, con todos sus matices y amplia gama de variantes.
Para alcanzar en Cuba un mayor reconocimiento de nuestros derechos sexuales como minoría, obligatoriamente tendremos que realizar acciones de incidencia política en todos los niveles de la sociedad. Esto nos obliga a pensar sobre qué podríamos hacer y cómo llevarlo a cabo en nuestras condiciones concretas.
La excesiva rigidez en la manera de articular nuestra sociedad civil, donde todos estamos de alguna manera representados, pero en un esquema de organizaciones muy restringido, indica que a corto y mediano plazo será imprescindible aprovechar al máximo todos los espacios posibles dentro de esta ordenación ya existente.
Habrá que trabajar para ello en la inserción de esta defensa del derecho a la libre orientación sexual e identidad de género en los resquicios que logremos identificar dentro de los programas y proyectos de algún modo correlacionados con este tema que ya posean determinadas organizaciones no gubernamentales —de masas o profesionales—, instituciones estatales o no, u otros grupos más o menos formales.
La definición de objetivos concretos y palpables a los cuales dar prioridad dentro de tal estrategia, será un requisito primordial para la comunidad LGTB. En tal sentido, uno de los propósitos inmediatos con mayores probabilidades de éxito en el campo del derecho que debemos abrazar, promover en todos las plazas y foros a que tengamos acceso, e incluso presionar para su éxito mediante la confrontación cara a cara de las tendencias homófobas y las reservas discriminatorias de los decisores, es la prometida y tan aplazada discusión y aprobación del proyecto de ley de nuevo Código de Familia, pendiente de análisis en el Parlamento cubano, el cual recoge modificaciones urgentes y beneficiosas para toda la población, y en particular prevé el reconocimiento jurídico de las parejas homosexuales mediante la figura de la unión legal.
Para alcanzar este primer escalón y cualquier otro fin ulterior que queramos colocar en lo sucesivo dentro de la agenda política de nuestro gobierno, será esencial en definitiva que los integrantes de la comunidad LGTB utilicemos con mayor asiduidad las vías informales, el combate “cuerpo a cuerpo”, el contacto directo con nuestro entorno, desde las propias familias de cada uno de nosotros hasta en los centros laborales y estudiantiles donde nos desenvolvemos.
Para ello tendremos necesariamente que salir del closet, como es lógico. Pero incluso ir un tanto más allá. No basta que la gente sepa nuestra orientación sexual: debemos evidenciar que la vivimos con naturalidad, sin vergüenzas ni bochornos y con entereza. Esto conlleva que debemos vencer nuestros propios prejuicios, que no son pocos. Cualquier observador más o menos agudo puede identificar múltiples estereotipos que también solemos reproducir los homosexuales, bisexuales y transexuales, a veces hasta llegar a la discriminación o al rechazo dentro de la misma comunidad LGTB.
Además, muchas veces reproducimos esquemas en la manera que asumimos o no nuestra orientación sexual o identidad de género ante los demás, al forzarnos ya sea por exceso o por defecto a adoptar el comportamiento que consideramos más “adecuado”. Otro lugar común son las absolutizaciones que ciertas personas LGTB hacen sobre los heterosexuales, a quienes en ocasiones también irrespetan en su derecho a desear exclusivamente relaciones de pareja con el sexo opuesto.
Ahora bien, por el nivel relativamente alto de instrucción de la población cubana, y como resultado de una práctica política a lo largo de medio siglo de Revolución que pondera más la acción colectiva sobre la actuación individualista, es posible que en nuestro país no requiramos o que pudiera hasta ser inefectiva y contraproducente en nuestro contexto, que nos planteáramos tener una mayor incidencia a partir del empleo de tácticas similares a las que comúnmente emplean los movimientos LGTB en las sociedades capitalistas.
En esas realidades con mayor fragmentación desde el punto de vista social y político, quienes defienden sus derechos como minorías sexuales tienen quizás obligatoriamente que apelar más a lo que llamaré una “provocación persuasiva”, o expresado de modo más simple, al “escándalo”; o sea, a llamar la atención mediante una actitud de confrontación frente a la hegemonía heterosexual, a partir de ciertas acciones aisladas o en grupo.
Con esta táctica en otros países buscan generar un efecto de acción — reacción en las fuerzas opuestas a sus propósitos, lo cual le permite a la comunidad LGTB alcanzar una mayor repercusión social con mensajes casi siempre desafiantes, fundamentalmente a través de los medios de comunicación masiva. Intentan así sensibilizar a los actores sociales con poder económico y político para interceder y capitalizar su causa en función de otros intereses.
En las condiciones particulares de Cuba, deberíamos estimular primero una identificación y empoderamiento de las personas LGTB, lo cual nos permitiría actuar y obtener el suficiente reconocimiento social dentro de los márgenes de la sociedad civil ahora existente, para incidir en los espacios formales e informales.
Esto no excluye un nivel imprescindible de liderazgo individual y sobre todo, de concertación colectiva en grupos y a través de redes transversales que interconecten a todas las personas interesadas en el reconocimiento de sus derechos sexuales y que estén dispuestas a apoyar ese objetivo abiertamente o incluso desde el anonimato, por medio de todo tipo de alianzas posibles.
Esta sería la “persuasión provocativa”, o sea, persuadir mediante el ejemplo personal, hacer evidente quiénes somos y dónde estamos los miembros de la comunidad LGTB cubana, reclamar desde una posición que muestre no solo nuestra concordancia con los mejores valores que preconiza el proyecto socialista, sino incluso que procuremos sobresalir por nuestras actitudes y aptitudes. Todo sin dejar de poner en crisis cada día las posiciones hetero—normativas inflexibles, con irreverencia y arrojo, hasta que logremos la plena igualdad en materia de derechos sexuales, no solamente para las personas LGTB, sino incluso para los propios heterosexuales.
Para concluir, otra anécdota que grafica como podemos emplear en nuestra actuación cotidiana esta táctica de incidencia, en este caso en su vertiente más “educativa”, entre la propia comunidad LGTB.
Hace unas semanas atrás estaba una madrugada en la céntrica parada de ómnibus de Carlos III y Ayestarán en espera de mi ruta P11 hacia el Este de La Habana. Me senté en un muro que hace esquina, frente a la clínica veterinaria. La calle estaba casi desierta. De pronto, vinieron hacia mí dos jóvenes travestis o transexuales que evidentemente andaban de “caza”. Comenzaron a mirarme de manera indiscreta, me pidieron lumbre y les dije que no fumaba. Entonces el más pizpireta de las dos, me abordó directamente:
— Oye, que solito estás aquí, ¿no crees que podríamos hacer algo por ti? —inquirió insinuante.
— Lo dudo —riposté parco y varonil.
— Sí, chico, ¿por qué no? —insistió.
Lo miré directamente a los ojos, y le dije con el tono más sosegado que puedan imaginar:
— Porque yo —exageré— soy más “mujer” que tú.
La carcajada del travesti acompañante y la estupefacción en el rostro de la más atrevida fueron el gran cierre de la noche.
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