lunes, 26 de marzo de 2012

El antro homofóbico-gastronómico o la maldita circunstancia de los empleados por todas partes.

Por: Carlos Figueroa

 

Sabemos que antro es un establecimiento de mal aspecto o reputación y, en lenguaje poético, caverna, cueva o gruta; ya usted sabrá qué parte de esas definiciones atribuirle literal o metafóricamente al centro gastronómico. Y que “La maldita circunstancia del agua por todas partes…” es un verso de un cuestionador poema del escritor cubano Virgilio Piñera. Y, también, que El antro homofóbico-gastronómico o la maldita circunstancia de los empleados por todas partes es el título de este artículo, copiando el estilo titular más reciente de un reconocido periodista cubano a quien he tenido el privilegio de conocer personalmente y por si fuera poco convertir –por suerte, de mutuo acuerdo– en amigo. Y, además, esto ha tenido un comienzo (para seguir la rima del inicio del título) analítico-semántico-estilístico por mis ya establecidas costumbres de impartir español como lengua extranjera en la Universidad de La Habana, el cual quizá me sirva de ejercicio de relajación tras el estresante suceso, justo antes de comentárselo, y a usted le impela a hacerse de una opinión propia sobre el hecho. Y tantas yes no pueden estar equivocadas; son conjunciones copulativas que de seguro le indican que viene “algo más”. Los cubanos somos un pueblo culto.

“Algo más” dentro de las manifestaciones de homofobia que ya, lejos de persistir trogloditamente, debieran recontextualizarse y terminar de desaparecer en la Cuba contemporánea en este pleno 2012, sucedió el pasado sábado 10 de marzo en el restaurante de la Sociedad de Recreo Unión de la Familia Chang (Chang Weng Chung Tong), ubicado en San Nicolás #517 entre Zanja y Dragones, único por su mesa buffet y su gimnasio en todo el Barrio Chino de La Habana, con comida china, italiana, criolla e internacional en general.

Imagínese que va a ese restaurante, con otra persona de similar edad e igual sexo y se dispone a conversar sin molestia tras hacer su pedido, porque el sitio parece apropiado, típico de una cena de pareja, familiares, amigos, colegas o simples conocidos …con las dos primeras características descritas. Y (otra más) percibe con suspicacia que los camareros le han estado mirando como si algo digno de burla se ensañara con acompañarle en su mesa. Sonrisas que tratan de no ser burlescas y comentarios por lo bajo continúan dirigiéndosele, pero usted, sin detalles burlables posibles y sin estar acostumbrado a ello, no se siente aludido. Sin embargo, como si fuera poco, le siguen desfiles, por donde nunca lo hacen quienes trabajan fuera del salón, de casi cada uno de los empleados de la cocina, y hasta la del baño, para echar un vistazo confirmatorio a su mesa. Intentando ayudarse a deshacerse de la latente paranoia, ya compartida por su acompañante, usted se hace los autocuestionamientos de rutina a propósito de qué se supone que debían confirmar: ¿Tengo algo, al menos elementalmente, ridículo? ¿Estaré feo? ¿Estaré vestido de forma inapropiada? ¿Apestaré? ¿Pareceré un loco paradójicamente cómico? ¿Me habrán pegado algún letrero risible? ¿Seré adúltero o me habrán sido infiel, alguien aquí lo sabe y yo mismo no lo sé? ¿Habré hecho algo vergonzoso y reprochable? ¿Me chequea una cámara oculta? ¿La comida no sería de calidad y están a la expectativa de mi reacción? ¿Pensarán que no dejaré propina y por eso merezco sus actitudes? Ninguna de esas interrogantes halla una respuesta positiva en usted ni en quien le acompaña. Ninguno de ambos había visto jamás empleados con tanto talento teatral ni con tanta prudencia simulada. Usted se remite maliciosamente, ¡ay, Freud!, a lo sexual para alargar la lista de autoindagaciones y un asertivo pensamiento homófobo le responde: Mi amigo no es notablemente amanerado, pero tampoco es demasiado viril. Justo ahí estaba lo que supuestamente debía ser confirmado, la causa de las miradas intrigantes. Verbigracia: si usted es amanerado –que no homosexual– incluso sólo por sospecha ajena, la elección de un buen restaurante, al menos hasta la publicación de este artículo, absolutamente jamás deberá ser ese ¿antro? lleno de empleados con un concepto tan homófobamente peculiar de la disciplina laboral y el respeto al cliente, ya ni siquiera a la persona.

Lamentablemente es una historia repetida de vez en vez en ese tipo de establecimiento. A una amiga, en El Asturianito, cerca del Capitolio Nacional, así le sucedió. Y reafirmo su suceso porque conocí a un ex-cocinero de tantos que han pasado por dicho complejo de servicios, lleno él de frustraciones por su orientación sexual, que me comentó que al ir de comensales personas sospechosamente homosexuales a esa institución de alta cocina era una práctica común que algún [homofob(oide)] dependiente pidiera a los cocineros los platos del burlón modo: “¿Ya están los pedidos de los/las [sustantivos peyorativos para gay/lesbiana] de la mesa tal?” Parece que basta con tener una sola característica de apariencia medianamente diferente a la más heterosexual para justificar burla, con la consiguiente discriminación. En años recientes, destacados trovadores cubanos cuestionaban grosso modo en El Caimán Barbudo la contrariedad de otros empleados ante estas personas en el Club Barbaram, por el zoológico de la Avenida 26.

Pues aquello fue exactamente lo que nos sucedió a mi amigo y a mí. Y le podría estar sucediendo, ojalá ya no, a cualquier dúo similar en este momento. No fuimos hipersensibles, pero fue imposible disfrutar debidamente aquella estancia y mucho menos la comida. Salimos con temporal resignación y llenos de una impotencia inconmensurable. Aún no estoy seguro de si el calificativo de “antro” resulte apropiado; a no ser por las desagradables y, al parecer, habituales actitudes de curiosidad homófoba, hay poco reprochable en el servicio, salvo la molesta e injusta indiscreción de sus empleados que, como colofón, en un grupo de alrededor de ocho, se reunieron en los bajos, a la salida del restaurante, como a la expectativa, escudriñando aún de manera inútil la sexualidad ajena. Nos despidieron; allí se sirve buen trato, a su incompleto modo, por supuesto. Mas no nos quedó deseo de corresponder, por lo desvergonzada y elegantemente falsos. Ojalá ese mismo buen trato lo sigan sirviendo, pero con respeto y sinceridad verdaderos y para todos por igual. De mi (nuestra) parte, me habrá quedado sólo responderles.

2 comentarios:

  1. YO PROPONGO QUE VAYAMOS EN MASA ALLI A VER SI NOS BOTAN, PERO UN GRUPAZO, QUE SE LO VAMOS A DESCOMERCIALIZAR .

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  2. hola a tod@es. conqerdo con mildred (¡invííííítamee, invííííítamee!). aunke yo no soy homosexual sí me molesta que oqrran hechos como esos. lo ke pasa es ke krlos aunke lo sea (o no), tenía ke ponerse de pie ante el personal del restaurante en pleno y decirle: "mírenme bien, no soy homosexual pero no me importaría si lo fuera y a este otro ¿joven? tampoco. pero suponiendo ke lo somos... lo somos ¿y ké?" kballero, aqérdense del témino "legión tebana" y de ke a muchos homosexuales los asesinaron en campos de concentración en el pasado pero defendieron su orientación hasta el final. kerer afectiva y sexualmente a otra persona de nuestro propio sexo no depende del todo de nuestra voluntad pero sigue siendo un lío en algunos lugares todavía, pero en el fondo, y hasta en la superficie, no hay nada realmente malo en ello. yo creo ke hay demasiado homófobo suelto aún en Cuba. por cierto, ¿por ké no le buscamos los cartelitos de "la homosexualidad no es una enfermedad ni un peligro; la homofobia sí" y se los pegamos en las paredes del restaurantro? el respeto al derecho ajeno es la paz, pero allí no lo saben, o no lo practican. válida la advertencia, krlos, no creo ke iré, por si acaso.

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